JUANITO Y EL RIFLE
- Gustavo Herrera
- 18 mar
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 19 mar

Una sombra se veía dando vueltas afuera del jardín, al otro lado del muro. Eran ladrillos adosados a manera de tejido, no uno sobre otro sino más bien alternados de forma tal que dejaran aberturas rítmicas escalonadas una detrás de otra. En cada una de las hileras media perforación en relación al tamaño del ladrillo. Así pues, las perforaciones no conferían demasiada permeabilidad ni tapaban por completo a manera de cárcel el afuera con el adentro. Era el punto medio exacto incluso para aquel momento en el que Juanito tuvo patitos, estos no lograban pasar por los agujeros que dibujan manchas y luces al otro lado del mundo.
La sombra se movía de un lado a otro agitada, en un ir y venir. No se veía como esas sombras casuales y fugaces que predicen el tiempo, esas que anuncian y se marchan. De pronto se detenía, hablaba sola.
Nadie sabía de su existencia solo Juanito se percató, estaba subido en el mango trasero hablando con la ardilla, ya se habían reconciliado después de haberle disparado por accidente al confundirla con un mapache que llegaba a llevarse la basura.
Hacia recién unos meses el papá de Juanito le dijo que un buen hombre cuida y protege lo que es suyo incluso su basura. Así fue como se le acercó en inicio, con su postura imponente con una sonrisa sardónica. Le explicó que por tanto él se encargaría que el mapache nunca más se acercara a la basura que era también suya, -eso lo recalcó mucho dice el en sus recuerdos- “esta basura también es tuya y tienes la responsabilidad de defenderla de todo, no solo de los mapaches. Me entiendes…”, la sonrisa del padre se ensanchó un poco y acto seguido le entregó un rifle neumático del 10. Juancito comenzó a sentirse Juan en ese momento.
La ardilla ya lo había perdonado a punta de bananos maduros a su punto esos por los que todos esperaban que sean en el momento que se abren. Las guayabas las conseguían solas pero los mangos solo las más atrevidas pasaban debido a los sustos que el Criollo les daba, (algunos según me contaron fueron más que solo sustos) un pastor-zaguate-san-bernardo que solo dormía y soñaba con matar ardillas.
La ardilla se movió rápido trepo y brinco rápido ágil entre ramas que iban hacia la calle ahí fue cuando Juanito voy la sombra. Miró hacia abajo y Criollo se estaba acomodando nuevamente en posición zen, “la próxima será” seguro se decía a si mismo, “la próxima será…” suspiró y ahí quedo en los brazos de Morfeo. A ese perro solo lo hacía levantarse dos cosas, las ardillas y el sonido que emiten los paquetes pequeños de golosinas. Juanito lo vio y se dijo a si mismo que ese era el mejor perro del mundo y el más vago también.
Miró al frente y no estaba ya la sombra. Subió un poco más le gustaba jugar al francotirador y de hecho se había vuelto muy acertado, tanto así que eso le causo un par de tundas faja en mano. Hacía días que había exterminado uno a uno, según su juego, a que sabe que amenaza terrestre, en fin, le ha disparado desde ese mismo palo de mango del patio trasero a cuatro gallinas del lote al oro lado del río. Aclaro que su limite posterior es un río que alberga quien sabe cuanta “microbio-diversidad”. El río es un límite natural un frente menos que vigilar, según el padre, por ahí nadie pasa o sale sin morir al menos dos días después.
El jugaba pero con tan mal atino o mejor dicho con tan bueno, que logró matar a las cuatro gallinas, una a una iban cayendo, bueno la tercera salió corriendo con el cuello roto, saben el nivel de puntería que eso significa. Claro Juanito si que lo sabía, y al ver como el vecino veía desconcertado como las cuatro gallinas iban muriendo, veía para todo lado para el cielo para el río para la casa y no sabía que estaba sucediendo con sus gallinas, una escena muy muy divertida como esos videos que pasaban antes donde todos se filmaban hacer estupideces y después se lo pasaban a todos. Era como eso pero en vivo, Juanito no se contuvo algo tan divertido no podía ser tan malo, y lo traicionó su necesidad de reconocimiento, después que le grito al vecino del otro lado y se señalo a sí mismo, aludiendo que no se preocupara que no eran brujas ni hechizos que había sido él y su buenísima puntería con su neumático 10, todo desde un pelón del árbol de mango para que lo vieran mejor y así reconocieran el gestor de la hazaña. Gestor que sufrió tal fajeada, a la antigua le decía el papá, “a la antigua por que es gracias a los pendejos de mis abuelos que estamos como estamos, alcahuetas de mierda, si le hubieran enseñado a luchar a mi tata y a mi mama yo no estaría…” los fajazos interrumpían el discurso. Juanito quedó marcado. “solo se mata lo que es tuyo o lo que lo amenaza”.
Un par de palmadas en el hombro, no alivian los caminos rojizos en las piernas dejados por el cinturón de nilón, pero ese par de palmadas junto con una insinuación de sonrisa por orgullo, y las especificaciones del disparo que fueron requeridas por parte del padre, fueron morfina instantánea. Le dijo a su padre desde que rama había disparado le dijo que al inicio había tenido problemas con las cargas, ya que en el árbol le costaba más. El estaba explicando cuando el padre con un gesto le dijo que esperara ahí, en ese momento el dolor de los fajazos volvió, el padre fue adentro salió con rifle en mano y se lo dio a Juanito. Otra vez el dolor de los fajazos desapareció con las palabras “tienes un talento. Sin más estupideces eso sí, solo matarás lo que es tuyo o lo que amenace lo tuyo. ¿de acuerdo?”.
Estaba en la parte del árbol recordando su talento, y lo que su talento le había producido a él, algunas ramas todavía resultaban incómodas para las piernas violentadas, veía su logro como algo incapaz de reproducir, ya fue se dijo, ahora solo latas a distancias considerables. Nada vivo, todo estático, es aburrido no hay reto. El reto es que se mueva que se tenga que adivinar el movimiento para acertar. Vuelve la mirada y de nuevo la sombra, pero ahora deja de ser sombra y poco a poco comienza a tomar vida y aparece en la encimera del muro a manera de capucha de algodón.
Ese muro del frente el papá siempre lo quiso sellar decía que funcionaba como escalera, y que esos huecos hacían pensar que lo estaban viendo. Claramente la sensación era esa pero para quien estaba afuera. Al final las perforaciones quedaron por petición de la abuela y de mi hermana, que tenían todavía principios de lo que en su momento llamaron colectividad espacial.
Juanito por un momento se asustó miró para abajo y el Criollo como si nada, podían derrumbar ese muro en este momento y ese perro ni caso. Ya el bulto, antigua sombra, estaba totalmente posicionado sobre la encimera, dispuesto a descender a donde estaba lo suyo. Donde estaba lo que tenía que proteger...
bang...




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