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MARCIANO el GATO.

  • Foto del escritor: Gustavo Herrera
    Gustavo Herrera
  • 23 mar
  • 2 Min. de lectura


(acrílico/tela) 40x40cm 2020
(acrílico/tela) 40x40cm 2020

Marciano, así le decían ahora por cariño, aunque su nombre se inició como un acto de despecho o de desprecio. Marciano era un gato poco convencional. Él estaba convencido que no tenía por qué usar sus garras y dientes como los demás los usaban. Estaba convencido que ese placer que sentía al sacar sus uñas era un reflejo de épocas remotas, donde sus ancestros, según oía debajo de la mesa, eran los grandes asesinos. Donde se cuenta eran los dueños del mundo hasta que aparecieron los nuevos dioses.

Marciano fue marcado de verde por sus ideas, los demás gatos decían que era tan frágil e inofensivo como un poco de hierva fresca. Decían que les parecía inadmisible y poco natural que fuera amigo de un “aguado”. Pues sí, eso era cierto. Marciano encontró en ese acto anti natural, llenar el vacío que sus congéneres no podían.

En cierta ocasión Aguado su amigo el pez, en un intento por demostrar verbalmente y no solo con su cola, todo el agradecimiento y aprecio por Marciano, ya que siempre lo había protegido de las amenazas del hogar, brincó afuera de su cuenco protector. Brincó fuera de su mundo de ilusión transparente. Brincó fuera en un intento por abrazar a su amigo.

La historia nos cuenta que todo fue motivado por el amor. Aguado al caer al mundo seco comenzó a asfixiarse, convulsionada, este no era su mundo. Marciano observó todo, entró en desesperación, trató de aprisionarlo con sus delicadas patitas, pero Aguado era demasiado resbaladizo, se le escapaba, no podía ayudarlo. En ese proceso de angustia, que vivían el par de amigos, en un acto reflejo, de pronto se deslizaron sus uñas hacia afuera. Marciano sintió un placer particular, el placer no de sus uñas saliendo, no el placer de salvar a un amigo, sintió el placer de ser.

Aguado incrustado en las afiladas garras por fin dejó de moverse, Marciano lo tomó con su hocico y trepó ágilmente, lo depositó según sus observaciones en el lugar donde siempre lo había visto moverse alegremente. Instantes después Aguado seguía sin moverse.

Ahora Marciano espera con paciencia algún movimiento de su amigo, que desde aquella ocasión no le habla como lo hacía, ya no mueve su cola, él piensa, piensa y piensa, no para de pensar en que pudo haber hecho mal para que su amigo no quiera hablarle más.


 
 
 

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